Desde el siglo XIX, la humanidad se ha transformado en una
máquina que devora el planeta a una velocidad superior a su funcionamiento
biológico natural. Las consecuencias del imparable calentamiento global y de la
pérdida de vida ecológica plantean un marco impredecible para las próximas
décadas en el que las condiciones de vida de miles de millones de personas
podrían verse radicalmente afectadas.
Ante este panorama tan desolador, del que todos estamos en
mayor o menor medida avisados, no se intuye una respuesta significativa por
parte de la sociedad. El deterioro medioambiental es una consecuencia
inevitable del funcionamiento natural del capitalismo, basado en la conquista
continua de nuevos mercados que explotar para fomentar el consumo en una
población creciente.
El problema es que, mientras la población mundial en el año
1800 era de 1.000 millones de personas, los estudios demográficos prevén que en
2050 se alcancen los 9.000 millones. Son nueve veces más consumidores en apenas
250 años. Todo esto ha sido posible por la industrialización y urbanización de
nuestras sociedades, esfuerzo para el que ha sido necesario valerse de fuentes
de energía como el carbón o el petróleo que han supuesto un grave daño para el
planeta.
Además, el mundo occidental ha cuadruplicado su nivel de
vida en los últimos 50 años a la vez que la esperanza de vida se ha duplicado
en el último siglo. El resultado es un número creciente de individuos que viven
mucho más y que, por consiguiente, consumen a un ritmo que arrasa cualquier
idea de sostenibilidad medioambiental.
Lamentablemente, los responsables del sistema económico y
político imperante entienden que su éxito personal sería imposible bajo otras
reglas del juego. Para que las clases más poderosas puedan seguir expandiendo
su poder, el planeta tiene que sufrir. Por tanto, con el objetivo de asegurar
la supervivencia de nuestro planeta para las próximas generaciones, los que más
poder tienen deben verse forzados a cambiar.
Sin embargo, las fuerzas sociales no parecen estar por la
labor de exigir un mayor compromiso medioambiental a sus dirigentes.
En una
crisis de valores como la que vive el mundo actualmente, se impone la tendencia
de pensar en el corto plazo y en la superación de las duras condiciones
económicas. El objetivo de los siguientes párrafos en transmitir que la
conservación del planeta es una responsabilidad cuyo cumplimiento debemos
exigir.
Situación
ecológica y cambio climático:
En primer lugar, resulta imprescindible tener en
consideración la actual crisis de la biodiversidad dentro de la crisis
medioambientes, protagonizada por el calentamiento global. En este momento, el
planeta Tierra está atravesando su sexta crisis de extinción de especies, según
afirma Michael Loreau en el Programa
Internacional de Investigación Diversitas. También añade que “la tasa de
extinción es cien veces más alta de lo que era en promedio en tiempos
geológicos”. En este sentido, James Lovelock, científico inglés, recuerda que
la Tierra se comporta como un organismo autorregulado.
El mensaje de Lovelock es muy pesimista: “Con el
calentamiento climático, la mayor parte de la superficie del globo se
transformará en desierto. Los supervivientes se agruparán alrededor del Ártico.
Pero no habrá sitio para todos, entonces habrá guerras, multitudes enfurecidas,
señores de la guerra. No es la Tierra la que está amenazada, sino la
civilización”. Ha crecido la preocupación entre los científicos, y es que el
clima podría sufrir alteraciones brutales demasiado rápido como para que la
acción humana pueda corregir el desequilibrio.
La teoría científica del calentamiento global fue elaborada
en el siglo XIX, redescubierta en 1970 y muy estudiada a partir de 1980. El
cambio climático está causado por la intensificación del efecto invernadero.
Algunos gases como dióxido de carbono o el metano tienen la propiedad de
mantener cerca del planeta una parte de la radiación que éste refleja hacia el
espacio. La acumulación reciente de estos gases hace que suba la temperatura
media de la Tierra.
Como argumento contra el escepticismo, a continuación
encontramos pruebas de que el cambio climático ha comenzado, esquematizadas por
El País:
- Más emisiones. Los gases de efecto
invernadero repuntaron en 2010 a niveles récord. Lo hicieron tras dos años de
descenso por la crisis. Las emisiones alcanzaron unas 30,6 gigatoneladas, el 5%
más que el anterior récord, de 2008. La crisis redujo la demanda de energía, pero
ha vuelto a crecer y, con la energía, la emisión de dióxido de carbono.
- Más CO2. La concentración de CO2 en la
atmósfera crece de forma continuada. Desde 1750, su abundancia atmosférica ha
aumentado en un 39% y ya está en 389 partes por millón, un nivel realmente
preocupante.
- Menos tiempo. Según la Agencia
Internacional de la Energía, el mundo dispone de cinco años de plazo para
limitar el calentamiento a cifras tolerables.
- Más fenómenos extremos. El Panel
Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) ha concluido que este siglo habrá
un exceso de calor, con inundaciones, ciclones, aludes y sequías debido al
calentamiento.
El incremento medio para finales de siglo debería situarse
entre 1,4 y 5,8 grados centígrados, según el GEIC (Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático). La temperatura media del globo es de 15
grados. Unos cuantos grados lo cambian todo. Conviene recordar que hace 20.000
años, en época glaciar, la temperatura era solo 5 grados inferior.
Como la modificación del clima es un proceso a largo plazo,
la potencial interrupción de las emisiones de gas no interrumpiría el cambio
climático de forma inmediata. Muchos siguen funcionando en la atmósfera durante
varias décadas. Ya no podemos volver a la etapa previa a la Revolución
Industrial y eliminar esas emisiones del curso de la historia. La única acción
humana queda, realísticamente, en frenar el incremento y dejarlo en 2 o 3
grados centígrados a finales del siglo XXI.
En comparación con el pasado, el calentamiento que estamos
viviendo se produce muy rápidamente. El umbral está cifrado por los científicos
en 2 grados. Una vez traspasado ese umbral pueden medirse las consecuencias,
pero lo cierto es que es imprevisible. El clima se podría acelerarse en estos
puntos:
-
- Gran parte del gas emitido por la humanidad es
absorbido por la vegetación y los océanos. Si se saturasen, la totalidad del
gas carbónico se quedaría en la atmósfera. La vegetación y los océanos podrían
incluso empezar a expulsar CO2 que tienen almacenado.
- - Groenlandia y el continente antártico podrían
descongelarse rápidamente, lo que elevaría el nivel del mar más allá de lo
previsto en 2001 por el GEIC. Podría subir más de tres metros.
- -
Los hielos reflejan los rayos solares frenando
el calentamiento. Sin hielos, el calentamiento tiene vía libre.
- - El calentamiento es más acelerado en las
latitudes más altas, lo que deja a Siberia en peligro, así como su permafrost o
pergelisol, una capa de 25 metros de profundidad que alberga 500 mil millones
de toneladas de carbono.
Como alarma tenemos el calor extremo de verano de 2003 en
Europa. Hervé Kempf, periodista de Le Monde encargado de cuestiones
medioambientales y autor del libro Cómo
los ricos destruyen el planeta, dice: “Podemos basarnos en los desastres
limitados de hoy para esbozar el rostro del mañana”. El permafrost podría
descongelarse y empezar a soltar carbón en 100 años. “Un calentamiento de 8
grados en un siglo parece muy poco probable, pero deja de serlo en un periodo
de dos siglos si utilizamos todo el petróleo, desarrollamos la producción de
esquistos bituminosos y quemamos la
mitad del carbón” Steiphen Schneider. En 2007, el GEIC estima que el
calentamiento podría superar los 5,8 grados.
No hay que olvidarse de la crisis de la biodiversidad. La
desaparición de especies es tan generalizada que “somos responsables de la
sexta mayor extinción de la historia de la Tierra, la más importante desde la
desaparición de los dinosaurios hace 65 millones de años”, según el Informe de Biodiversidad Global de 2006.
La lista roja de especies en peligro de
la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, en su edición de
2009, alerta de que, entre las 47.677 analizadas, 17.291 estaban en peligro de
extinción (el 36%).
Es una prueba más de la velocidad a la que la humanidad está
transformando el medio ambiente. La principal causa de que tantas especies
estén en peligro es la destrucción de sus hábitats. En este sentido, el
Millenium Ecosystem Assessment prueba que desde 1950 se han convertido más
tierras para la agricultura que en los siglos XVIII y XIX. El informe añade: “La
actividad humana ejerce una presión tal sobre las funciones naturales del
planeta que la capacidad de respuesta de los ecosistemas a las demandas de las
generaciones no está garantizada”.
La pérdida de
diversidad provocaría situaciones extremas. El resultado es que, a partir de una cierta
extinción de especies, las consecuencias serían imprevisibles. Los océanos, el
principal ecosistema del mundo, ya empiezan a tener problemas para soportar los
residuos humanos. Están sobreexplotados. Por cada kilómetro cuadrado de océano
flotan 18.000 trozos de plástico. La alta mar empieza a ser coto de pesca
mayor, de investigación y, cada vez con mayor frecuencia, objeto de
introspecciones petrolíferas.
Además, los científicos discuten sobre el vínculo entre la
contaminación de los individuos y el aumento regular de los cánceres. Incluso
la prolongación de la esperanza de vida podría detenerse próximamente por culpa
de la exposición a la contaminación o los hábitos sedentarios impuestos por la
cultura de los poderosos.
La situación, conocida por todos, no parece influir en la
clase política. En el intervalo entre 1997 y 2007, los grandes países han
aumentado de forma muy considerable sus emisiones de CO2. Solo Rusia, y gracias
a su gran poder en el suministro de gas, ha reducido sus emisiones en términos
considerables. Polonia y Alemania forman parte de esos dignos ejemplos con sus
recortes de emisiones por encima del 10%.
España ha pasado de 206 millones de toneladas a 345. Estados
Unidos ha pasado de 4863 a 5769. Lo peor es que todo el mundo en desarrollo
toma ejemplo. Irán, Corea del Sur, Indonesia, India, Arabia Saudí y China han,
al menos, duplicado sus emisiones. El caso de China es el más sangrante, pues ha
pasado de 2244 a 6071, convirtiéndose en el líder de emisiones a nivel
planetario, según afirma el Informe de Emisiones de C02 que la Agencia
Internacional de Energía publicó en 2009.
El título de campeón de la contaminación tiene dueño
absoluto. China empieza a sufrir las consecuencias del crecimiento
desenfrenado. 20 de las 30 ciudades que más aire contaminado poseen son chinas.
El Instituto Worldwatch afirma: “El aire chino está tan saturado de dióxido de
azufre que el país ha sufrido lluvias ácidas de una gravedad pocas veces
igualada.
La comunidades internacional, incluida la ONU, clasifica a
Pekín como una de las ciudades más contaminantes del mundo debido a su
creciente consumo de energía (basado en fuentes fósiles) y producción
automovilística. Greenpeace dice: “La capital ha multiplicado por más de dos el
consumo de carbón en los últimos 10 años, por lo que ahora hay más hollín en la
atmósfera, junto con otros contaminantes secundarios como dióxido de azufre y
óxidos de nitrógeno, que también contribuyen a la niebla tóxica”.
Ya se puede concluir que el esfuerzo por limitar la
contaminación llevado a cabo en 2008 fue un simple maquillaje de cara a los
Juegos Olímpicos celebrados en la capital china. José Reinoso afirma en El País: “Clausuraron plantas de
producción de electricidad, sacaron industrias de la ciudad, jubilaron
autobuses y taxis obsoletos, sustituyeron miles de calderas de carbón por otras
de gas, paralizaron las obras y restringieron el número de coches en
las calles”.
Es cierto que todo el mundo occidental lleva creciendo desde
finales del siglo XVIII a costa de una brutal degradación medioambiental. No
hay por qué pensar que los ahora emergentes no tengan derecho a hacer lo mismo.
Sin embargo, el amortiguador ecológico con el que contábamos hace 200 años ha
desaparecido. Teniendo en cuenta las potenciales necesidades energéticas de los
3.000 millones de habitantes que en las próximas décadas sumarán China e India, el planeta puede
empezar a temblar.
La consecuencia es que la huella ecológica de nuestras
sociedades supera la biocapacidad del planeta. Según el experto suizo Mathis
Wackernagel, desde 2002, la humanidad consume más recursos de los que produce
el planeta. La huella ecológica supera
(1,2) a la biocapacidad. Por tanto, resulta necesario englobar en un mismo
frente al cambio climático, a la crisis de la biodiversidad y a la
contaminación de los ecosistemas. Cualquier modificación en una de ellas
afectaría directamente a las demás. Como ejemplo, el cambio climático
provocaría la desaparición de más del 30% de las especies vivas. Igualmente, la
desaparición de especies acelera el calentamiento global.
La huella del
capitalismo:
La situación ecológica del planeta se agrava a tal velocidad
que los esfuerzos son insuficientes para frenarla. Además, el capitalismo,
carente de alternativas, se resiste ciegamente, casi por naturaleza, a cambiar
de filosofía en pos de la sostenibilidad. El problema es que no se llega a
poner en relación a la ecología con lo social.
La necesidad que tienen los capitalistas de mantener el
orden establecido para seguir en una posición privilegiada, de enorme atractivo
para las clases medias, está por encima del mantenimiento del planeta. Es más importante el crecimiento económico que
la sostenibilidad. Son conscientes de que las consecuencias no las van a pagar
ellos, ni por generación ni por estrato social, pues los primeros efectos son
para los pobres. En este panorama, parece lógico que sean los ricos los que
primero deben de bajar el consumo para que el resto tome nota. El lema de Hervé
Hempf es claro: consumir menos, repartir mejor.
Ya que la crisis ecológica está causada por la voracidad del
sistema capitalista, habría que preguntarse qué tendría que pasar para que el
modo de consumo energético se viniera abajo. La gran fuente energética sigue
siendo el petróleo, y mientras siga habiendo pozos petrolíferos será difícil
que cambie el sistema. Prueba de ello es que la petrolera estadounidense Exxon
es la mayor empresa del mundo.
El pico de Hubbert es una teoría basada en la idea de que, a
partir de un determinado momento, el precio de extracción de crudo comienza a
elevarse de forma regular mientras que la producción comienza a decrecer. Sería
entonces cuando el aumento en el precio del petróleo difícilmente podría ser
asumido por el sistema. La teoría está aceptada por la comunidad científica. La
duda es en qué momento ocurrirá.
Sin embargo, la
posibilidad de hallazgos petrolíferos en el Ártico podría representar un soplo
de aire para el petróleo. Resulta paradójico y hasta siniestro que el sistema
se valga de la principal alarma del cambio climático para perpetuar el modo
productivo responsable del mismo. Solo el ser humano podría cegarse a sí mismo,
ignorando cualquier consecuencia futura.
Otro ejemplo de el ser humano persiste en tener sus ojos
vendados es su lucha infatigable para seguir contando con el carbón. En la
cumbre de Durban, los países han considerado que la técnica de enterrar gas sea
considerada como mecanismo de desarrollo limpio. Podría tratarse de un mercado
multimillonario. La Agencia Internacional de la Energía llama al carbón el “combustible
invisible”.
Rafael Méndez explica: Pese al desarrollo de las renovables,
un 40% de la nueva potencia instalada en la última década se produjo con
térmicas de carbón, especialmente en China e India. La mayoría de los Gobiernos
ha invertido en el desarrollo de la tecnología de captura y enterramiento del
gas”. Parece claro que países que dependen del carbón o que han apostado
fuertemente por él (Australia, Sudáfrica, Arabia Saudí o China) han presionado
mucho para que se apruebe.
Los Gobiernos entienden que es una de las pocas posibilidades
para seguir quemando carbón y dar respuesta al imparable deseo energético de
China e India. Sin embargo, la técnica no es ninguna panacea: su coste sigue
siendo demasiado alto y, por el momento, no satisface los planes de desarrollo
que muchos países habían previsto.
Aida Vila, de Greenpeace, criticó duramente la aprobación:
"Es condenar a generaciones futuras en países pobres con una tecnología
con unos problemas de seguridad que no tienen las renovables". Vila
considera que en Durban "intentan dar vida al carbón, un combustible fósil
que se muere" por la presión de la industria.
Todo cambio brusco en el capitalismo debería venir por un
hundimiento en los sistemas productivos de China y Estados Unidos, algo poco
probable. A partir de ahí, todas las hipótesis estarías abiertas. Sin duda,
cualquier incertidumbre en el liderazgo mundial representaría una inestabilidad
creciente en Oriente Medio y, en general, en toda la OPEP.
Cualquier enfrentamiento entre Irán y Arabia Saudí,
especialmente si se cierra Ormuz, representaría un tremendo jaque a la
seguridad mundial. Cuando se lleva al capitalista contra las cuerdas las
consecuencias pueden ser imprevisibles. Medios no le faltarían para organizar
una catástrofe en condiciones.
Es cierto que algunos aspectos sí se han trabajado. Ha
habido una importante reducción de las emisiones atmosféricas de plomo, de los
CFC (sustancias que destruyen el Ozono) y de carburantes como los óxidos de
nitrógeno y el monóxido de carbono. También es cierto que el consumo de agua se
está estabilizando y que la superficie forestal crece tímidamente. Sin embargo,
son solo pequeños pasos. El órdago que supone el cambio climático exige
respuestas mucho más contundentes.
Y no hay pasos más
firmes por la propia naturaleza del capitalismo. “La búsqueda del crecimiento
material es para la oligarquía la única forma de hacer que las sociedades
acepten desigualdades extremas sin cuestionarlas. El crecimiento crea, en
efecto, un excedente aparente de riquezas que permite lubricar el sistema sin
modificar su estructura”, expone Kempf. Es cierto que las clases medias son
también responsables, pero no dejarán de consumir mientras ese sea el patrón
que rija el orden social.
La pasión por el riesgo es una adicción entre los poderosos.
La lógica nos dice que deberían ser los que más teman la catástrofe, pues son
los que, aparentemente, más tendrían que perder. Son es así. Sin embargo,
parecen encantados de bordear el límite. Las crisis venideras, tanto económicas
como ecológicas, pondrán en jaque al sistema.
Kempf enumeran una serie de causas del abandono que padece
el clima:
1- Muchos dicen que la situación no es tan grave. Nos adaptaremos de
forma casi espontánea.
2-
Los que controlan el sistema creen que todo va
bien mientras crezca el PIB, aunque vaya en contra de la biocapacidad.
3-
Las elites dirigentes son incultas respecto a
ecología y cualquier medida no sería un triunfo personal, sino que tendrían que
cedérselo a sus ministros. Y ya se sabe que el poder tiende al egocentrismo.
4-
El modo de vida de las clases ricas les permite
percibir lo que las rodea. El occidental medio pasa gran parte de su vida en un
lugar cerrado y, claro, en el ámbito urbano.
5-
La caída de la URSS y del Socialismo Real han
reafirmado al capitalismo en su carácter expansivo y, al no tener que
reafirmarse como sistema democrático e igualitario respecto al comunismo, se ha
quitado el disfraz y ha devorado todo lo que pasaba por su lado.
La consecuencia es que, con todo el conocimiento que hay
sobre el tema y la infinidad de medios para paliar a nuestro enfermo planeta,
si todo sigue así es porque quien tiene poder para cambiarlo prefiere mirar
para otro lado.
Pobreza y
desigualdad:
La Unión Europea establece la línea de la pobreza en el 60%
de la renta media. En el siglo XXI, ese porcentaje de pobres ha crecido hasta
superar el 20% de la población en países tan aparentemente desarrollados como
Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos. Más que de pobreza estaríamos hablando de
precariedad, pues este porcentaje de la población occidental sigue
teniendo condiciones de vida mucho
mejores que las que tienen muchos en el tercer mundo.
El Bip 40 (Barómetro de la desigualdad y la pobreza) expresa
que en los últimos veinte años se está dando un aumento de las desigualdades y
la pobreza. Kempf dice que una décima parte de la población controla el 40% de
la riqueza mundial, cuando en 1945 solamente controlaba el 32%. En definitiva,
la generación actual de jóvenes no puede alcanzar el nivel de protección social
con la que contaban sus progenitores.
Peter Drucker había advertido de la situación:”Hace veinte
años el factor multiplicador entre el sueldo medio de una empresa y el sueldo
máximo era de 20. Actualmente, nos acercamos a los 200”.Otro dato
escalofriante, ofrecido por el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo, es que la renta total de las 500 personas más ricas del mundo es
superior a las 416 millones más pobres.
La desigualdad también se eleva a nivel planetario. El PNUD
explica cómo en 1990 el ciudadano estadounidense era 38 veces más rico que el
de Tanzania. Hoy es 61 veces más rico. Además, el que prospera en estos países
pobres se vincula más a los millonarios occidentales que al tejido social
nacional.
El razonamiento es que si queremos reducir la pobreza habrá
que empezar por reducir la desigualdad. Para ello, es indispensable que los
poderosos quiten el pie del acelerador económico que llevan pulsando demasiado
tiempo. Hasta tal punto que Kempf defiende que la clase opulenta se ha separado
del resto de la sociedad. “Los oligarcas vives separados de la plebe. No se dan
cuenta de cómo viven los pobres o los empleados, no lo saben y no quieren
saberlo”. Ciertamente, le dan la espalda tanto a la pobreza que provocan en sus
contemporáneos como a la herencia ecológica que recibirán las generaciones
venideras.
No son ellos los que pagan las consecuencias. Y es que la
pobreza está muy ligada a la crisis ecológica, pues los más afectados son los
que menos tienen. Son los pobres los que viven en los lugares más contaminados
del planeta, en zonas industriales y de recolección de basura. Las catástrofes
naturales (maremotos, huracanes, inundaciones) se ceban con los que no tienen
recursos para protegerse físicamente ni seguros para mantener sus hogares, si
es que los tenían. A pesar de que las emisiones vengan del mundo occidental, el
efecto del cambio climático será evidente, sobre todo, en las zonas más pobres
del mundo.
Es a los campesinos con menos recursos a los que se ha
desplazado de sus tierras para ampliar el tejido industrial en los países
emergentes, sobre todo China. De hecho,
los agricultores del mundo occidental, que necesitan de una infinidad de
recursos para mantener su posición privilegiada, acaban explotando a los de los
países en desarrollo. En su camino, los países ricos consumen demasiada agua,
emplean peligrosos pesticidas y contaminan el agua con todo tipo de nitratos.
Las perspectivas medioambientales de la OCDE decían en 2001
que “las presiones ejercidas por el consumo sobre el medio ambiente se han
intensificado en la segunda mitad del siglo XX y, durante los próximos 20 años,
seguramente seguirán intensificándose”. Como prueba de lo complicado que es
tratar el tema, el estudio de la OCDE no se ha renovado desde entonces.
La clase política
mira para otro lado:
Los políticos lo consideran, con buen criterio, un asunto a
largo plazo que no va a dar beneficios electorales. Y como persiguen exclusivamente
alcanzar el poder y mantenerse en él, la ecología pasa a ser un aspecto
secundario. El Protocolo de Kioto entró en vigor en 2005, pero su primer
periodo concluía en 2012. Estados Unidos no lo ratificó y el texto dejaba sin
compromisos a países emergentes como China, Brasil o India.
En 2007, en Bali, los países acordaron que en 2009 se
debería crear un nuevo instrumento más ambicioso. Sin embargo, la cita de
Copenhague fue un fracaso estrepitoso ante la atenta mirada de más de 150 jefes
de Estado y Gobierno. En 2011, la ONU trató de buscar una solución en Durban,
pero lo único que logró fue evitar la ruptura de las negociaciones, postergando
hasta al menos 2015 la firma de un pacto vinculante que, en una puesta en
práctica ideal sería efectivo a partir de 2020.
No habrá un acuerdo significativo sin el sincero compromiso
de Estados Unidos y China, algo que hoy en día suena a utopía. Además, el
gigante norteamericano tiene en su ámbito parlamentario una clara contradicción
que da al Congreso una mayoría de bloqueo para frenar cualquier decisión
drástica. Mientras, la opinión pública norteamericana es cada vez más
escéptica. Yvo De Boer, exresponsable de la ONU para el Cambio Climático,
sentenció. “Creo que Copenhague habría sido muy distinta si antes el Senado de
EE UU hubiera aprobado la ley de cambio climático”.
Rafael Méndez afirma: “Estas cumbres ya han demostrado que
todos saben llegar a acuerdos siempre que no sean inmediatos. En Bali, todos
acordaron que habría acuerdo, pero cuando dos años después llegó la fecha, no
sirvió de nada. En Copenhague, los presidentes pactaron limitar el
calentamiento a dos grados centígrados pero con los compromisos -voluntarios-
que cada país ha enviado a la ONU no se acercan ni de lejos”.
Su experiencia en la materia le permite a Yvo De Boer
explicar muchas cosas: “Me da la impresión de que los Gobiernos no quieren
avanzar y no han dado ese mandato a los negociadores. El cambio climático está
tan relacionado con los intereses económicos que la negociación necesita empuje
al máximo nivel. Y ahora no hay ese liderazgo. No lo hay en los países
industrializados, preocupados con la crisis económica y financiera, y creen que
debería haber más compromiso de los países en desarrollo. Y estos grandes
emergentes dicen que no se comprometen porque no ven liderazgo de los
desarrollados. Solo los líderes pueden romper ese bloqueo”.
De Boer trata de trazar un plan futuro: “Hay tres aspectos
que cambiar. Veremos cada vez más impactos adversos del cambio climático y eso
va a despertar a la gente, aunque espero que no sea muy tarde. En segundo
lugar, veo, especialmente en China, la conciencia de que hay que ir hacia una
economía verde, y espero que eso despierte a los Gobiernos al ver que pierden
la carrera de la innovación frente a países en desarrollo. Y, finalmente,
espero que al salir de la crisis el pensamiento en Europa empiece a cambiar.”
El tono pesimista que se observa en un hombre que conoce los
entresijos de las negociaciones es una prueba evidente de la poca iniciativa de
la clase política. Finalmente, el exresponsable de la ONU concluye: “Los países
bloquean los avances porque no ven que los resultados sirvan a sus intereses
nacionales. Debemos llegar a una situación en la que a los países les parezca
interesante”.
Durban:
La cumbre que concluyó el 12 de diciembre de 2011 en la
ciudad sudafricana limitó sus resultados a comprometer a todos los países a
abrir un proceso de negociación con el objetivo de alcanzar un pacto sobre el
clima en 2015 que entraría en vigor a partir de 2020. Es decir, un acuerdo de
buenas intenciones y con todo por concretar, sobre todo cómo se repartirá el recorte
de emisiones. Se trata de “un proceso para desarrollar un protocolo, otro
instrumento legal o un resultado acordado con fuerza legal bajo la convención
aplicable a todas las partes".
Entre los muchos obstáculos para alcanzar un acuerdo
vinculante en 2015 (crisis en el crecimiento económico de occidente, consumo
energético de los países emergentes o una economía mundial que funciona a
distintas velocidades) estaba la posición de India, un país molesto por estar
considerado en el mismo saco que China pese a que sus emisiones por habitantes
son un tercio en comparación con Pekín.
La UE ha decidido prorrogar Kioto casi en solitario (Suiza,
Noruega, Nueva Zelanda y quizás Australia podrían añadirse) en un fracaso de
las negociaciones internacionales. La comisaria de Acción para el Clima, Connie
Hedegaard, ha declarado: "Seamos claros: la UE apoya el Protocolo de
Kioto, pero es evidente que un segundo periodo de Kioto con solo la UE, que
representa el 11% de las emisiones mundiales, no basta para el clima”. La fecha
de caducidad de Kioto queda, sin embargo, pendiente para la cumbre de Catar a
finales de 2012.
El avance del siglo XXI ha consolidado una nueva estrategia
de los bloques de negociación. Ya no hablamos de Norte vs Sur o pobres contra
ricos. El poder económico de los países emergentes y sus expectativas de
crecimiento les ha situado, sobre todo a China, India y en menor medida Brasil,
como un bloque de presión cuya tendencia hace muy difícil plantearse un acuerdo
global.
Son tres países que, en el transcurso de las próximas
décadas representarán, al menos, un tercio de la población mundial y cuyo ciclo
energético es aún muy primitivo, por lo que pretenden sacar todavía mucho
provecho de las fuentes más contaminantes. Será difícil convencerles de que
reduzcan sus emisiones cuando, décadas atrás, las potencias occidentales
hicieron lo mismo que ahora se les intenta negar a ellos.
Rafael Méndez señala: “Ya se dio un paso en 1997, en Kioto,
pero entonces los países desarrollados solo se comprometieron a reducir un 5%
sus emisiones en el periodo 2008-2012 respecto a 1990. Desde entonces, las
emisiones mundiales han crecido un 49%, y el nuevo Kioto cubrirá aún menos
porcentaje de emisiones, un 15% en el mejor de los casos”.
Ahora se trata de aplicar grandes recortes a todos los
emisores de primer nivel. Reducir la concentración de CO2 es de 450 partes por
millón, suficiente para impedir un calentamiento superior a dos grados,
exigiría que el mundo recortara sus emisiones por habitante entre siete u ocho
veces, según señaló Nicholar Stern en Durban. “Lograr eso es política y tecnológicamente
descomunal. Hacerlo en un mundo en el que los tratados multilaterales son cada
vez más raros, con una crisis económica inabarcable y con una opinión pública
cada vez menos preocupada por el calentamiento, parece hoy solo un sueño”,
señala Méndez.
Soluciones:
Bruselas quiere reducir las emisiones de CO2 en un 95% para
2050, poniendo en marcha un ambicioso plan energético. Para ello, la
electricidad debería ver duplicada su demanda. Teniendo en cuenta el coste de
las posibles inversiones en países en desarrollo, el coste de la electricidad
también se duplicaría. Otra opción sería la imposición de una cierta austeridad
energética, lo que abarataría el precio.
Sin embargo, los deseos de la Comisión Europea se topan con la realidad política de muchos países continentales que se desvían de esa línea. Günther Öttinger, comisario europeo de Energía, pone como elemento clave los proyectos tecnológicos en ámbitos como el carbón: “Mi intención es que a mediados o finales de esta década sepamos con claridad su utilidad y podamos instalarlos en las centrales térmicas. Sin ellos no podemos mantener las centrales térmicas a largo plazo y reducir las emisiones tanto como queremos”, señala.
Sin embargo, los deseos de la Comisión Europea se topan con la realidad política de muchos países continentales que se desvían de esa línea. Günther Öttinger, comisario europeo de Energía, pone como elemento clave los proyectos tecnológicos en ámbitos como el carbón: “Mi intención es que a mediados o finales de esta década sepamos con claridad su utilidad y podamos instalarlos en las centrales térmicas. Sin ellos no podemos mantener las centrales térmicas a largo plazo y reducir las emisiones tanto como queremos”, señala.
No obstante, Öttinger trata de contagiar un cierto
optimismo: “Hacer el cambio hacia un sistema menos contaminante supondrá un
coste económico que repercutirá en una subida del recibo de la electricidad,
pero es un sacrificio que nuestra generación debe hacer para garantizar precios
estables o más bajos a partir de 2030”.
Mientras, las clases altas no ven peligro inmediato y no
consideran necesario reducir su nivel de vida. La crisis ecológica es un
aspecto más padece las consecuencias de una cúspide económica únicamente
preocupada por su propio bienestar.
Por otro lado, los medios de comunicación no dedican, bien
por iniciativa propia o por presión ajena, más espacio a las incontables
situaciones de alarma ecológica como la que Kempf describe en su libro haciendo
referencia a la gente que vive junto al vertedero en Guatemala. Él mismo dice:
“El hecho de que en los cuatro extremos del planeta miles de indigentes se
expongan a la mierda, las enfermedades y la indignidad para ganar algunos
centavos no era nada nuevo”.
Por tanto, cualquier solución realista debería partir de un
exigente sistema impositivo progresivo según la norma de “el que contamina paga”.
Incentivaría a la clase poderosa a pasarse de forma paulatina al uso de
energías menos contaminantes, introduciría la ecología en el subconsciente
colectivo y, además, permitirá al Estado una importante recaudación en tiempos
difíciles.
Como es lógico, no tendría sentido que fuera una medida
nacional, pues las empresas que más contaminan se marcharían hacia paraísos
libres de trabas. Debe ser una medida internacional, fruto de la negociación
entre todos los países, pues es un problema que, en mayor o en menor medida,
les atañe a todos.
Sería solo un primer paso. El compromiso global por proteger
el planeta debe ser una responsabilidad ineludible. La clase dirigente está
sirviéndose de la peor crisis económica en más de 70 años para excusarse de sus
responsabilidades ecológicas. Los ciudadanos debemos cumplir nuestra parte y
exigirles que se tomen verdaderamente en serio la urgencia del problema. Ojalá
estas líneas hayan sido, cuanto menos, una contundente llamada de atención.
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ResponderEliminarEn mi opinión, una solución es la educación de los ciudadanos desde su infancia más temprana, ya que sensibilizar a los niños de hoy, implicará un gran cambio en el comportamiento de los adultos del mañana.
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